La ciudad nunca duerme. Su voz se construye con capas de ruido, de historias superpuestas, de susurros que se funden con el estruendo del asfalto. “Ecos de la Urbe” es el reflejo de esa vibración incesante, un mapa abstracto de signos y palabras que flotan entre el caos y el orden.
Cada trazo es un fragmento de un mensaje perdido, una huella efímera en el tiempo, un grito que resiste la censura del olvido. El aerosol gotea como si las letras estuvieran vivas, como si intentaran escapar de la tela para seguir su curso en la calle. Aquí, la pintura no es estática: se mueve, se diluye, se reconstruye en la mente del espectador.
En esta pieza, David Brush traduce la esencia del arte urbano a un lenguaje pictórico más íntimo, donde lo anónimo se convierte en símbolo y lo caótico en una armonía inesperada. Es una conversación entre el tiempo y la materia, un diálogo abierto entre lo que fue, lo que es y lo que aún queda por escribir.
