Desde la bruma de un horizonte incierto, “El Mensajero” avanza con un propósito desconocido. Su forma es un delirio de líneas en movimiento, un ser descompuesto y reconstruido en cada paso. Su cabello, un torbellino de ideas, parece cargado de símbolos y señales. En su mano, la esfera del mensaje, un orbe de significado que flota a su alrededor, como si llevara consigo la verdad de un mundo oculto.
Las sombras y la luz se disputan su existencia: no pertenece del todo al presente ni al pasado, sino a un intersticio donde el tiempo no tiene reglas. Sus pies, aunque firmes sobre la superficie, parecen flotar, como si estuviera destinado a caminar entre dimensiones.
“El Mensajero” no viene con respuestas, sino con preguntas. Es un viajero entre lo abstracto y lo figurativo, una entidad que deja un rastro de incertidumbre y deja en el aire la única interrogante que importa: ¿a quién está destinado su mensaje?
